#Japón: Sellan escape radiactivo de central japonesa al mar

Sigue el peligro de contaminación de la cadena alimentaria marina

Los operarios consiguieron sellar una fuga de agua altamente radiactiva al océano frente a la accidentada central nuclear de Fukushima (noreste de Japón), pero los vertidos voluntarios continuaban este miércoles y aumentaban el riesgo de contaminación de la cadena alimentaria marina.

Sin embargo, se detectó plutonio en cantidad ínfima en el suelo en cuatro lugares de la central de Fukushima, por segunda vez en algunos días, anunció TEPCO.

Además, TEPCO considera inyectar nitrógeno en el reactor 1 para evitar una posible explosión causada por la acumulación de hidrógeno, según anunció el miércoles.

Los expertos presentes en la central temen que la cantidad de hidrógeno siga aumentando hasta provocar una explosión por contacto con el oxígeno en el aire.

La acción de TEPCO, que el martes registró su nivel más bajo histórico, perdió el miércoles 6,9% a 337 yenes, volviendo a caer a su más bajo nivel en el índice Nikkei de la Bolsa de Tokio.

«Los obreros confirmaron a las 05H38 (20H38 GMT del martes) que el agua había dejado de escapar de la fosa», declaró TEPCO.

Un volumen importante de agua muy contaminada, proveniente del reactor 2, escapaba día y noche de esa fosa, a un ritmo estimado en siete toneladas por hora. Esta fuga motivó un aumento importante del índice de yodo 131 radiactivo en las muestras de agua marina cerca de la central.

El riesgo de contaminación del medio marino no está descartado, subrayan los expertos.

Las operaciones de vertido al mar de 11.500 toneladas de agua ligeramente radiactiva, según TEPCO, continuaban este miércoles por tercer día consecutivo delante de la central, a solo 250 km de la megalópolis de Tokio y de sus 35 millones de habitantes.

La evacuación de esta agua al océano, donde los elementos radiactivos deben diluirse, es necesaria para liberar unas cubas de almacenamiento y llenarlas de agua altamente radiactiva que se acumuló en las instalaciones y galerías técnicas de los reactores 2 y 3.

Esta agua contaminada contiene yodo 131, cuya duración de vida se reduce a la mitad cada ocho días, y sobre todo cesio 137, que permanece activo decenas de años.

Los expertos temen que la cadena alimentaria marina se contamine a partir del plancton que consumen los peces.

Para tranquilizar a la población, el Gobierno fijó un índice máximo de radiactividad para los productos del mar, similar al establecido para verduras y legumbres.

Más allá de 2.000 becquereles/kg para el yodo 131 y 500 becquereles ara el cesio 137, el pescado será considerado impropio para el consumo.

Los vertidos masivos de agua contaminada al mar pueden pesar en las exportaciones japonesas de productos frescos.

La India decretó el martes una prohibición total de las importaciones de productos alimentarios japoneses por espacio de tres meses, eventualmente prorrogables. Este país es el primero que adopta una decisión de este tipo.

China, Taiwán, Singapur, Rusia y Estados Unidos limitaron sus prohibiciones a productos provenientes de ciertas regiones de Japón.

La Unión Europea, que el 24 de marzo introdujo controles para la entrada de productos procedentes de esas regiones, decidió bajar el nivel de radiactividad autorizada y se alineó con las normas también muy severas de Japón.

La UE aplicaba hasta ahora los límites de radiactividad fijados en 1987, después de Chernobyl.

En la central de Fukushima, los técnicos seguían esforzándose por restablecer la alimentación eléctrica y circuitos de refrigeración, condición indispensable para impedir que las barras de combustible se fundan y el consiguiente cataclismo nuclear.

Mientras tanto, tienen que seguir inyectando todos los días centenares de toneladas de agua en los reactores y piscinas de combustible usado para mantenerlos a una temperatura aceptable, un «lavado» que causa enormes inundaciones de agua contaminada en los edificios y galerías técnicas subterráneas.

(Información de AFP)

#Japón reactiva temor en mayor cementerio nuclear de América

Es el mayor cementerio nuclear de toda América: 200 millones de litros de material radioactivo residual de la fabricación de bombas de plutonio. Según las autoridades el lugar es seguro, pero el accidente nuclear japonés reactivó la inquietud de los vecinos de la zona.


Más de 20 años después de su cierre, doce mil personas siguen trabajando todavía en la reserva de Hanford con el único fin de asegurar la limpieza de esta instalación que data de la segunda guerra mundial. De esta fábrica, situada en el estado de Washington (noroeste de Estados Unidos), salió la bomba lanzada sobre Nagasaki en 1945.

Sesenta y cinco años después, este extenso lugar sigue almacenando bajo tierra 177 barriles de hormigón rellenos de material radioactivo. Tom Carpenter, del movimiento ecologista Hanford Challenge, teme el impacto que una catástrofe natural podría tener en esta zona amenazada por los temblores de tierra y en la que también hay instalada una central nuclear en actividad.

Carpenter teme también que grupos terroristas o personas desquiciadas metan mano a los residuos: «Los gobiernos no duran eternamente. ¿Habrá alguien de aquí a cien o mil años que se asegure de que los residuos estén fuera del alcance, de que nadie penetre en el interior de la instalación y de que las aguas no estén contaminadas?»

Hasta la década de 1960, Hanford vertía directamente sus residuos en la naturaleza: las autoridades reconocieron haber vertido más de 3,8 millones de litros de residuos radioactivos y que parte de ellos penetraron en la tierra.

Tras haberse gastado ya 100.000 millones de dólares en limpiar la instalación, las autoridades prevén construir de aquí a 2019, con 11 años de retraso, una nueva planta que vitrificará los residuos a una temperatura de 1.150 grados, antes de almacenarlos eternamente.

«Es como una bomba de efectos retardados. Tarde o temprano sucederá algo», explica Walt Tamosaitis, un ingeniero que trabajó 40 años en la instalación y que según él fue despedido el año pasado por haber manifestado abiertamente sus inquietudes. «Sería terrible si los depósitos reventaran. Jamás tendríamos los medios para pararlo», dijo.

El departamento estadounidense de Energía asegura que las condiciones de seguridad de la instalación están progresando, con trabajos para proteger el Columbia, el río que fluye cerca, y la demolición de dos centrales eléctricas.

«El proyecto está al alcance de la mano, en pleno impulso», explica JD Dowell, un alto funcionario del ministerio. «Se trata de un compromiso nacional».

Pero en período de vacas flacas, los ecologistas temen que la limpieza de la instalación sea víctima de las reducciones presupuestarias debatidas en el Congreso.

«Tenemos miedo de que pierda impulso en el presupuesto de 2012», se alarma Susan Leckband, que dirige el Hanford Advisory Board, un organismo encargado de reunir a los diferentes actores implicados en el asunto.

Sea cual sea la solución será demasiado tarde para Gloria Wise, una habitante de la región que en 2005 recibió una indemnización de 300.000 dólares por su cáncer de tiroides, tras haber demandado a los gigantes de la química Dupont y General Electric, dos grandes operadores de la instalación.

«Estoy segura de que la radioactividad entró en nuestros alimentos», explica Wise, de 67 años, que cultivaba legumbres en su jardín. «Nos daban leche todas las mañanas, cuando yo era pequeña. No se nos contaba lo que estaba aconteciendo».